poemas de nuestos autores
POEMAS DE ALEXÁNDER BUITRAGO BOLÍVAR
Hno. ALEXÁNDER BUITRAGO BOLÍVAR.
EL ÁRBOL
Yo era delgado, sacudido por la tempestad, mis ramas por el viento. Nací en un país extraño habitado de bruma. Mi frágil cuerpo no huía de la lluvia, sin saber crecer no podía correr por las orillas del tiempo. Los pájaros diseñaron sus nidos en mi madera. Parecía que el tiempo a su modo se hubiese detenido en mis ramas. Sentí a mis hojas subiendo al cielo y cayendo hasta tocar mis raíces subterráneas que escarabajos metálicos escalaban a su antojo. El musgo se adhirió a mi húmeda piel, me habitaron insectos, larvas hicieron sus nidos secretos entre mis oscuras grietas de madera, me picotearon los pájaros, sus cantos tejieron entre mis ramas. Los amantes gustan dormir contra mi tronco húmedo por tantos besos no sin antes dejar sus firmas azules en mi verde vientre de madera. Tengo escrituras tan antiguas que puedes determinar mi edad con sólo leerlas bajo el sol negro que me llena de mariposas las entrañas. Los amantes saben que algún día el hombre que regó mi tierra, aquel que dejó su cicatriz de amor en mi corteza terrestre, sus calientes huellas grabadas en mi piel, arribará con más hombres, vendrán con sus cuchillas a cortar mi madera, a cortar mis ramas y me rebanará en partes iguales transformándome en mesa o en puerta de una casa, seré lápiz o puente bajo la noche sin caminos, fabricarán conmigo la más elemental cuchara para alimentar al pueblo; así sabré que fui útil para todos.
MANZANA
I
En tu mano duerme una manzana. Sin tocarla, su suavidad terrestre tiembla desde lejos. Para llegar a ti, esa manzana tuvo que nacer solitaria en el campo, soportar el lento riguroso invierno o verano y extraviarse por extraños caminos de olvido. Para llegar a ti, tuvo que sufrir noches de insomnio observando las estrellas con sus ojos invisibles. Ahora, en tu mano, arde su rojo fuego o su luminoso verde, entes de desparecer en tu boca.
II
Un día, después de morir, me enterrarán bajo un ciprés. Las aves no volarán más por el cielo sino que dormirán eternamente en mis ramas. La gente dirá que bajo el ciprés enterraron a un desconocido poeta. Nunca sabrán que siempre quise ser manzana, y que, en mi imaginación, desaparezco en tu boca.
III
En el parque Santander una mujer compra una manzana.
CIUDAD DE CÚCUTA
...el azul es azul
Jorge Gaitán Durán
Cada calle,
cada esquina rota,
cada casa destruida se fue levantando
sobre las viejas ruinas;
sobre los antiguos besos olvidados
se reconstruyó la ciudad;
nacieron los árboles, volvieron los pájaros
a sus secretos nidos, los vendedores ambulantes
se tomaron las calles y las plazas
y el poeta se enamoró de nuevo.
UNA CITA CON LA POESÍA
Condenados a vivir soportando el rigor que ejerce el tiempo y la realidad, hombres y mujeres luchan incansablemente combatiendo desde la literatura, apuntando con agudas metáforas y amenazantes poemas que cantan al amor. Aún no están convencidos de su genio ni preparados a morir; su compromiso con la historia es ineludible porque quieren ser poetas.
El poeta será expulsado de su país natal, vivirá en el exilio en un país extraño porque en su patria no creyeron en la belleza de sus versos, porque sus versos quemaron como el ácido estatuas de grandes ciudadanos pretéritos, tumbaron puentes, hicieron caminos sobre el mar para unir los bordes de la indiferencia oceánica y calmaron las turbias tempestades incontenibles.
El poeta es un dios que huye del hastío. El poeta monta al caballo de la poesía para cabalgar por las orillas del tiempo, para sobrevivir incluso después de la muerte. La poesía le permite desafiar el tiempo y el espacio. En el silencio y la quietud, el poeta llena de pájaros su corazón demasiado grande para vivir por siempre. En sus poemas es un dios sin edad fijada ni enfermedad alguna pero que padece los dolores del mundo. Llora igual que otros poetas (como en otro tiempo Mallarmé, Verlene, Rimbau, Ronsard, Withman). Camina por el bosque de hojas resonantes, habla en azul de nubes, de troncos, de raíces secas, espera en azul al viento del sur. Espera a su amada junto al lago contemplando desde el balcón la flor que se puede dibujar en el aire con la punta de los dedos de diamante. Sueña luminosas músicas como los cuerpos desnudos sumergidos bajo el agua. Tal vez fatigado de tanto deambular por el universo -en expansión continua debido a que ama- baje a la tierra para transmutarse en río, en aire o en palabra.
El poeta no habla por si solo ni para si mismo. Las dolorosas voces de su hermanos y hermanas en la tierra lo estremecen desde el fondo de su adentro. Reúne, entonces, todos los sentimientos, todos los cantos, todos los ecos y los vierte sobre el mundo entero bajo el antiguo ritual de la escritura sin desperdiciar nada brindando amor y esperanza a todos los seres de la tierra. Ni siquiera le pertenece su aliento. Su todo es ahora de los otros. El poeta verbigracia trabaja con el fuego del amor que lo va quemando.
Es tan infinito su amor que lo inunda la furiosa energía ferruginosa de la tierra. El poeta estudia en las librerías el origen del color, investiga la biología de la luz dormida sobre las avenidas, analiza parte por parte la estructura celular del aire y coloca en los anaqueles rosados sus armas imaginarias de papel, sale del socavón dando gritos para alumbrar con su luz los domicilios de jazmines marchitos, en las esquinas de las ciudades se sacian con sus poemas como pan necesario; en la plaza pública será un albatros que se ha transmutado repentinamente para morir mil veces al final de cada verso.
El poeta exige la poesía en cada hogar y en cada corazón para que arda la inmortal llama del verso. Su utilidad es como la del metal o la del aire; la poesía construye, une, eleva, levanta, no tiene límites, nace envuelta en lenguas de fuego y lodo, es prematuro silbo en el horizonte, cruza en un enjambre de espinas el corazón del día, camina desnuda sobre los días inmóviles como la luna, asiste a las mejores universidades, se burla de los catedráticos que la leen a escondidas, le encanta salir publicada en las primeras páginas de los periódicos denunciando a los desaparecidos, posa desnuda junto a la primaveral y divina modelo de París, de piernas gemelas de ternura y piel de durazno, deambula por la república vestida de vidrios y cartón, seguida por millares de perros hambrientos y niños descoloridos.
La poesía se cansó de ser sometida al olvido de las bibliotecas y de las viejas librerías, no quiere ser expuesta en las vitrinas ni en los museos locales, desea ser escuchada y quiere reivindicar por su misma su carácter revolucionario, la poesía se ha vuelto insurgente. El poeta sabe que esto es cierto.
Tuvieron que transcurrir años para que los poetas se tomaran los colegios, se reunieran en las calles y en las universidades y quemaran con sus llameantes poemas la civilización entera para cimentarla de nuevo sobre los pilares del amor y la justicia…
¡Benditos sean los poetas en la tierra!
GEOGRAFÍA
Eres más bella que los ríos desbordados inundando.
El viento crece en tu cabellera de trigo.
Palpita tu pecho intacto.
Tus profundos ojos iluminados por la luz
me guían en la noche sin estrellas.
Patria morena de nocturnas manos
que tejen hilos de agua: sólo en tus manos
que tocan duraznos,
que vuelan entre magnolias,
sólo en esas manos que acaricio
empieza el cielo.
LA REINA
Eres la reina y en tu imperio
soy tu esclavo
y tus órdenes mi corazón obedece.
Déjame llenar tu frente de mariposas,
sutil y húmeda reina del amor que yo quiero
y ya que tus manos tocan mis manos
y ya que mis pies alcanzan la suavidad de tu contacto
viajemos por toda la tierra
con el fuego del amor
quemándonos por dentro.
ESA CUIDAD
¿Serías acaso la ceniza si tan solo el fuego lo supiese?
MARIO RIVERO
En esta ciudad poblada de ceniza alguien lee mis versos.
Inclinado hacia tu boca bebo la humedad de las hojas después de la lluvia.
De mariposas está llena mi boca para besarte.
Tu nombre quedará entre las piedras
como los pájaros que no saben cantar sino beber ceniza.
Tu cuerpo es una ciudad.
Tus piernas son dos calles donde trepa la niebla.
Tu cuerpo.
Tu boca en la noche volando abandona el solitario sur de otros rostros
para llegar a mi boca, el último crepúsculo.
Tu mano de sombra cruzando hacia tus muslos.
Tu cintura pedida en la urbe donde te buscan.
Tus piernas blancas como las colinas.
Luminosa te veré a medio día en lo alto,
fruta de contorno femenino.
¡Que éste último beso te retenga hasta que vuelva de la eternidad!
Se que lo harías ahora que lo sabes.
Sólo sabes que se doblan delirantes bajo tus pies mis alas
donde soy por fin inmenso abandono en la arena.
El aire sabe que no eres manzana en lo profundo.
Soy la hondura, el agua.
Nunca me canso del sur, de los crepúsculos, de la niebla
de tu vuelo de flecha dorada que en la noche va quemando,
tocando mi boca.
Sus niveles el viento ha venido desplazando desde tu boca.
Y vuelvo a empezar por tu boca.