La lectura y la Escritura, EL OFICIO DE ESCRIBIR
Escribir no es un juego en el que juntar grafemas para formar palabras que representan ideas, objetos, nombres, etc., es el objetivo. La escritura entraña un acto mucho más rico y placentero; mas es un acto consciente, muy humano, y por lo tanto, un acto social por excelencia.
El ser humano es cierto, no nació escribiendo, pero, igualmente, sin la escritura, no tendría las mismas oportunidades sociales que se ha creado a través de la historia.
Cuando vamos a la escuela, perseguimos la lectura y la escritura como un imperativo primordial del hecho educativo. Y lo es, pues sin estas dos tecnologías de la palabra, difícilmente lograremos integrarnos de manera eficaz a los procesos sociales, culturales y económicos implicados en la vida comunitaria de los humanos. Escribir es portar la habilidad para traducir en signos gráficos los sonidos con que estamos facultados para expresarnos, para comunicarnos, para establecer vínculos sociales con los demás.
Alcanzar el dominio de la palabra escrita es tener el poder, junto con la lectura - inherente al proceso escritural- para hacer tangible en un soporte cualquiera, el mundo de las ideas. Por tanto hay que reconocer que la lectura y la escritura, son una sola realidad que representan poder, poder para pensar, poder para interpretar, poder para actuar. Sin la palabra escrita, el espíritu libertario del hombre habría sido sólo un sueño intangible y volátil, propio de la oralidad.
Podría decirse, como alguna vez lo hiciera Saussure, que la escritura es la forma básica del lenguaje (Saussure, 1959), aunque posee simultáneamente, utilidad, defectos y peligros. Bien sabemos, desde el punto de vista lingüístico, que la oralidad en el lenguaje humano prima sobre la escritura. Sin embargo, la escritura ha alcanzado un prestigio tal, que hace pensar en que es ésta imprescindible en función del estudio de la lengua como fenómeno social del lenguaje. Es más, se ha llegado a pensar en que la oralidad es inseparable de la escritura, cosa bien falsa, pues aquélla existe por sí sola, mientras que la escritura es su representación. No obstante, a la luz de la realidad lingüística, en perspectiva de la sociolingüística, la escritura se ubica en un plano cultural en el que es impensable por ejemplo un estudio de la lengua, sin tener a mano los elementos y herramientas propios de la escritura, sin los cuales sería totalmente imposible realizar tales tareas. Ahora, no se pretende demostrar la preeminencia de la escritura sobre la lengua oral; por el contrario, se trata de reconocer el valor de la escritura como un aporte valioso de la cultura a la oralidad en función del perfeccionamiento de la expresión y la comunicación interhumana.
En relación con lo anterior habríamos de decir a favor de la escritura, que se convierte en un referente valiosísimo para el abordaje del estudio lingüístico, desde el momento mismo en que la literatura hace su aparición. Y no estamos hablando del año pasado. Este ayer es más lejano que los alcances de la memoria. Desde ese momento, la lengua, como institución social, empieza a organizarse, a acumular elementos de protección, a configurar las diferentes estructuras que habrán de darle el status que la ubica en un lugar privilegiado con respecto a la oralidad o el habla, propiamente dicha. Así aparecen las gramáticas, los diccionarios, los manuales, etc., instrumentos que validan su prestigio en comparación con el habla. Estos elementos son documentos, son referentes tangibles que aparecen en forma de libros, de textos objetivos como realidades ostensibles y susceptibles de demostración: son testigos del tiempo, testigos de facto del hecho lingüístico.
La escritura identifica, más que épocas y culturas, una categorización sociocultural e histórica: la civilización. "Sin la escritura, el pensamiento escolarizado no pensaría ni podría pensar como lo hace, no sólo cuando está ocupado en escribir, sino incluso normalmente cuando articula sus pensamientos de manera oral. Más que cualquier otra invención particular, la escritura ha transformado la conciencia humana”’.
Y es la literatura la llave que abre estas puertas que conducen a los corredores de la escritura dentro del maravilloso edificio de la palabra.
El escritor es un producto de las circunstancias socioculturales, en un momento histórico y en unas condiciones concretas, que impelen al individuo a manifestar a través de la palabra escrita su visión del mundo, su apreciación de la realidad o de sus fantasmas, en un lenguaje de signos arbitrarios que lo integran a la cultura alfabética, de tal manera que puede compartir sus visiones con otros seres en condiciones de establecer un contacto indirecto con interlocutores que comparten el mismo código comunicativo, a través del texto.
Las primeras manifestaciones literarias eran un intento por demostrar que la escritura posibilitaba expresarse de manera distinta, y más que distinta, mejor; esto es, que el escritor era consciente que al crear un texto estaba manifestando realidades lingüísticas cercanas a la belleza.
La literatura es entonces la forma de hacer de la palabra un acto de placer y de belleza. Arte éste que deambula a la sombra del hombre en su largo proceso de crecimiento social a través de la historia, alimentando sus mundos de monstruos, fantasmas y terrores, pero a la vez salvándolo de los temores a que diariamente se enfrentaba y enfrenta en el mundo real, gracias a esa capacidad que le confiere la escritura de ambientar espacios reales o ficticios con personajes, situaciones y espacios fantásticos, como una forma de exorcizarle de espíritus y fenómenos asociados al mal, o en su defecto, oficiando como catalizadora en un universo maniqueísta, una especie de catarsis, que es lo que en realidad hace la literatura en el hombre.
Escribir así apreciado como fenómeno típicamente humano es un acto de libertad, una forma de flotar en los vapores de la "inspiración”2 . El escritor no escinde la realidad de su yo. Actúa en correspondencia con el mundo exterior de donde toma los elementos para confeccionar la historia que se configura en su atormentado o feliz mundo interior. Sin embargo es un individuo ajeno a sí mismo; es su conciencia la que orienta sus imágenes. Ahí dentro de él, un mundo deambula en palabras que adquieren su connotación gráfica al enfrentarse con el soporte físico donde se dibujarán los signos de la escritura. El papel, el muro, la arena, la roca, son instrumentos que en complicidad con su conciencia hacen posible el acto creativo en texto para convertirse en otra realidad igualmente espléndida, humana y socialmente poderosa: la escritura.
La escuela enseña a leer y a escribir. En las aulas de clases recibimos orientaciones que nos conducen al dominio de la lengua como sistema, como institución social, habilitándonos para comunicarnos de manera eficaz, y para poder adaptarnos a la vida comunitaria. Pero la escuela no enseña a un escritor a ser artista. Muchas veces la escuela oficia como castradora de estas facultades humanas entre los estudiantes. El maestro, por su parte, en un alto porcentaje, aún no ha sabido descubrirse como artista. Pues hay artistas que sufren su pasión enseñando a leer y a escribir, mas no laboran activando el poder creativo de sus discípulos. Muchas veces por carecer de las herramientas didácticas o pedagógicas necesarias para orientar estos procesos, o sencillamente porque hay intereses más íntimos que impiden ejercer una verdadera labor docente. Son múltiples las razones que podrían argumentarse para justificar la falta de propiedad en el ejercicio del magisterio en la enseñanza de la literatura o del arte literario, como el de la simple enseñanza de la lengua materna. Motivaciones de tipo laboral, político, social, etc. hacen difícil cualquier reflexión sobre la calidad de la educación referida a la enseñanza de la lengua, la lectura y la escritura o la enseñanza de la literatura concretamente. Sin embargo, este no es el tema que nos ocupa, por lo que es conveniente dejarlo para otra oportunidad y abordar la literatura desde la visión particular del acto creativo individual.
Un escritor no puede ser oficiante, sin una experiencia previa de lectura. La lectura no se puede dar separada de la escritura. Son dos actos que se producen en concomitancia. El uno, no es sin el otro. La mente del escritor se puebla de imágenes, de símbolos, de personajes, de espacios, de colores, de aromas, de esquemas, de paisajes, de rostros, de impresiones. Son visiones y versiones de su mundo lector. Es como decir que un escritor es la suma de sus lecturas. En el acto de creación, por tanto confluyen todas estas impresiones que hay en su mente, en su memoria, en sus experiencias de encuentros con otros escritores que a través de los textos le han transmitido un mundo que en su interior lucha por hallar identidad. El valor del escritor está entonces en su capacidad para decantar de ese mundo interior de lenguaje, como en un caleidoscopio, los mensajes y su propia voz sin que se tiña con trozos extraños de esos libros o textos que han nutrido su universo literario.
No es una experiencia fácil o banal. Tal vez sea una de las más duras pruebas a que tiene que enfrentarse todo autor: el plagio. Lejos de esta apreciación del hecho creativo, surge también otra faceta importante en el escritor, relacionada con el acto mismo de la concepción de un texto literario: la composición escrita, para no entrar en confusiones y definiciones referidas a los procesos de redacción, que entrañan prácticas mecánicas más asociadas a la normatividad y la gramática, que a la creación propiamente dicha.
Federico Nietzsche, en algunos de sus apuntes acerca de la literatura precisa que para escribir bien y mejor, se debe tener en cuenta que escribir mejor significa también pensar mejor; es descubrir cosas más interesantes, y por lo tanto, dignas de ser transmitidas, dignas de ser comunicadas y comunicadas de verdad (Nietzsche, 1879). Igualmente recomendaba que el escritor debe esforzarse por afianzar un estilo particular, que no debe ser otro que el de ser grande, siempre aspirar a la grandeza a través de la realización de su arte, para lo cual decía: "El estilo grande nace cuando la belleza triunfa de lo monstruoso”.
No hay tópicos de la vida del hombre, de su entorno, de sus realizaciones y sus sueños, que no interesen a la literatura. El escritor es el único individuo que asume como oficio la escritura como una forma de demostrar que la palabra es un instrumento versátil que se alimenta constante y continuamente de la imaginación para trascender lo cotidiano, haciendo del lenguaje un vehículo plástico que posibilita la fusión entre lo real y lo fantástico en una solo hecho: el texto escrito.
La escritura implica siempre procesos de elaboración que comprometen niveles lingüísticos complejos, aparentemente simples. Guillermo Bustamante Zamudio y Fabio Jurado Valencia, en su estudio "Entre la lectura y la escritura”, concretan:
"En el discurso escrito, se debe crear internamente un contexto y para ello es necesario recurrir a procesos que exigen un mayor grado de especificidad y de ampliación semántica; es por ello que puede ser comprendido en infinitos contextos de lectura. Las lenguas en su desarrollo hacia el escrito, han creado formas de lenguaje elaborado y, por tanto, ofrecen recursos lingüísticos que posibilitan tal elaboración. Estos recursos van a permitir recuperar constantemente la información que en el discurso oral tal vez se lograría sólo con una mirada o con un gesto indicativo.”
"Es curioso, que el autor literario hace abstracción del mundo circundante cuando se halla en "trance”, cuando se encuentra en pleno proceso creativo. Todas sus fuerzas físicas y mentales se concentran en la producción de una idea, en la creación de un personaje, en la definición de un hecho dentro de una historia concreta. No obstante, él, como escritor, es el más grande ausente en la obra. No le interesa su yo dentro de ésta. El texto escrito, por su lado, obra del escritor, producto de su accionar creativo, una vez se ha plasmado en el papel o el soporte físico reflejo del acto de escritura, se convierte en un objeto ajeno a él mismo. Hace parte del mundo tangible objeto de la lectura, porque el acto creativo es eminentemente subjetivo. Pertenece al mundo de la imaginación; es y será posible sólo en la medida en que flota, vaga o trasega en los laberintos de la mente del escritor.
"Es muy difícil para un escritor explicar cómo se forma el objeto de creación en la escritura. Y es que escribir es un acto de sublimación en la que el escritor, este oficiante de la palabra escrita, queda suspendido en el limbo de las ideas, mientras su mano, febrilmente articula palabras, imágenes, situaciones, personajes y demás elementos propios del universo creativo de la literatura, bajo la guía inexorable de la conciencia.”
"Respecto al tópico anterior cabe señalar que la conciencia, entendida en el sentido atribuido por Freud, como una percepción transitoria (Freud, 1940) es en realidad una entidad subjetiva, que para el caso que nos ocupa, efectivamente, no permanece, como queda demostrado en cualquier acto creativo. El oficio de escribir, está determinado por esos intervalos de la conciencia que hacen posible el acto iluminado, el momento en que las "musas” acuden para provocar la luz.
"El escritor, como el historiador es un testigo de su tiempo. Nada pasa inadvertido para alguien cuyo oficio es escribir, registrar con palabras el diario acontecer. Para el primero, la realidad, los hechos concretos son simples referentes, puntos de partida, trozos de tiempo, partículas generatrices de universos complejos sólo posibles en la mente, en su imaginación creadora que son modelados y activados por actos de la conciencia; mientras que para el historiador son el punto de partida y la esencia del trabajo como auscultadores del tiempo en función de un testimonio de verdad, en los que el hombre es sujeto activo, y que gracias a su pluma o su capacidad de reflexión, se pueden convertir en hechos comunicativos a través de la escritura.
"El escritor, seguramente no discrimina el acto creador, sea este en verso o en prosa. Se dice, sin embargo, que todo prosador se ha iniciado con los versos. Y es posible que así sea, como lo es que todo poeta, acostumbrado a producir trabajos en verso, alguna vez haya escrito en prosa.
"El aprendiz de escritor debe ser muy cauteloso al momento de abordar el papel o cualquier soporte físico sobre el cual desea plasmar el fruto de sus lucubraciones mentales. Primero, porque el lenguaje nos puede jugar incómodas pasadas, pues es necesario conocer las reglas de uso; por otro lado está el terrible miedo al plagio, que también puede urdir oscuras celadas durante la escritura, y están por último, las buenas lecturas. Saber elegir a los mentores, es escoger a los clásicos como modelos a seguir, más no para copiar. No obstante hay un consejo ineludible para todos los escritores, los escribidores y todos los oficiantes de la palabra: escribir cuanto la imaginación produzca, leer lo producido, releerlo, corregir lo corregible y deshacerse del texto. Tal vez la mejor manera de hacer posible este acto de desprendimiento es hacer que alguien con ojos diferentes, con mirada diferente, con una experiencia consciente lejana a la esencia creativa del autor, se apropie del texto en un acto de lectura independiente.
"Cuando escribí mi primera novela, ya había hecho cientos de intentos con poemas y cuentos a los que aplicaba un riguroso sistema de revisión. Muy pocos sobrevivieron a esa purga. Más, lo más ponderable de esta época de creación fue la convicción con que me aferraba a una idea. La obsesión del escritor en cierne, es el principal alimento para crecer en la búsqueda de caminos en la escritura. La anécdota mueve la barca y hace que se agiten las olas. De ésta son valiosos los nombres, las versiones orales, las tergiversaciones, las contradicciones. Todo esto crea ambientes propicios para la definición de situaciones y la caracterización de personajes. Durante ocho años sometí el texto a lecturas y relecturas, a borrones y reconstrucciones, a alteraciones y cambios significativos que dieron al traste con la idea inicial de la novela.
"Cuando uno como escritor visita un aula de clases atestada de jóvenes inquietos y ávidos de respuestas, lo primero que se les ocurre preguntar es ¿Qué lo inspiró para escribir ese libro?”
"Igualmente, la respuesta es ocurrente. Mi primera novela fue motivada por una anécdota: Un chico de mi edad, en mi pueblo, arrebató un banano a otro que llevaba un mercado a casa dentro de una mochila de fique. "
— ¡A robar al Carmen! — le increpó con enojo el chico de la mochila cuando hubo recobrado el banano.
Yo pregunté a uno y otro; a viejos y jóvenes; a parientes y extraños, sobre el origen de la expresión. Desde entonces, la masacre de El Carmen, se convirtió en una obsesión.
Historia de Ki, partió de otra anécdota: un amigo, en Bogotá, me contó que poseía cuatro agendas que había tenido que someter a un proceso de limpieza y desinfección especiales, pues las había rescatado de una maloliente mochila de un mendigo, durante una visita a un tugurio de la Capital. Se trataba del levantamiento del cadáver del mencionado mendigo, como parte de las labores oficiales de la Fiscalía. Me decía que en las agendas, el mendigo narraba hechos de la vida cotidiana bogotana, de los cuales era testigo de primera plana, como: asesinatos, robos, atracos, etc. Y contaba mi amigo, que cada una de las agendas estaba marcada con un título: La historia de Ki, palabra que quería decir amigo, como la habría definido el mendigo con su extraña letra.
Yo le insistí que me dejara ver las agendas. Así anduve varios meses, sin poder obtener su favor. Al cabo de un tiempo se me ocurrió que el relato de mi amigo, del que ya no había vuelto a tener noticia, era una buena historia para escribir una novela. Pues esa intención se fue adentrando en mi mundo interior, hasta volverse una obsesión que culminó en una novela de la cual ya se han elaborado dos ediciones y ocho reimpresiones.
Más tarde abordaría, también obsesivamente, la tarea de escribir, como parte de mi oficio, "La novia del silencio”, "Canique”, "En la sombra”, libros de cuentos que entrañan momentos especiales de mi vida. Considero que el escritor se despedaza poco a poco en cada uno de sus libros. En cada texto se van partículas esenciales del autor.
Recuerdo que en clases de cálculo, en mi época de estudiante, en mi pueblo, escribía un cuento. El profesor se me acercó ante mi "ausencia”.
— ¿Cómo va el ejercicio, Sánchez? — me preguntó. — Hay un personaje que no logro caracterizar como quisiera, profesor— le respondí con cierto medido cinismo. — No se preocupe por el ejercicio, Sánchez. Pero yo quiero ser el primero en leer ese cuento cuando lo termine — me dijo con aire de complicidad. — Será el segundo en leerlo, profesor, porque el primero seré yo — le aclaré en susurro.
Lo cierto fue que jamás perdí la materia de cálculo, aunque el cuento no nos satisfizo a los dos.
No recuerdo instante en que la imaginación deje de interponerse para mediar ante mis palabras, ante cualquier conversación. Creo que es el mismo sino del escritor que va dentro invitándome a escribir.
Escribo porque me libera de esas tensiones en que se sitúa la mente ante la oportunidad de recrear la realidad de la que soy testigo. Todos los seres humanos poseemos esa capacidad creativa inherente a nuestra especie como portadores de lenguaje. Mas, no todos los seres humanos estamos en disposición de asumir la escritura como un oficio a través del cual expresarnos como un acto feliz de libertad.
Es importante anotar que este ejercicio es bastante abrumador, pero delicioso; es dispendioso, pero gratificante. Se aprende que escribir no es un pasatiempo, no es un trabajo que se realiza para producir dinero, para producir libros, para ganar estatus social, para adquirir fama. Se aprende a respetar un oficio que consiste en crear historias, en crear mundos, en crear universos paralelos que nacen en nuestra imaginación, como actos concientes, que por ser intermitentes, son esporádicos y que la única manera de darle sentido a la vida, es estar en permanente disposición para escribir, en contacto con los libros, las lecturas, los autores, para nutrir de mundos y colores ese caleidoscopio de la mente, porque en cualquier momento salta la chispa de la iluminación. Será entonces cuando en el espejo, una sonrisa nos anuncie la llegada de las "musas”.
BIBLIOGRAFÍA
BUSTAMANTE Z., Guillermo y JURADO V., Fabio. Entre la lectura y la escritura. Hacia la producción interactiva de los sentidos. Bogotá: Cooperativa Editorial Magisterio, 1997. FREUD, Sigmund. Los textos fundamentales del psicoanálisis. Barcelona: Ediciones Altaya, 1993. NIETZSCHE, Federico. El viajero y su sombra. Madrid: Alianza, 1987. ONG, Walter. Oralidad y escritura. Bogotá, D.C.: Fondo de Cultura Económica, Ltda., 1994. SAUSSURE, Ferdinand de. Curso de lingüística general. Madrid: Gredos, 1984. VOGLER, Christopher. El viaje del escritor. Bogotá: Intermedio, 2003.
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